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El Mito de Orende

 

Imagina unos seres invisibles al pueblo, escondidos de los sentidos del hombre y apartados de la sociedad…

 

Los Orendes provenían de la tribu antigua de los Ahaxios. Se asentaba la tribu en el Valle de Lháiron, donde los cielos añiles convertían los campos áridos del verano en tierras fértiles.

 

De generación en generación fueron gestando el sentido del oído y el gusto por la música. Los niños desde bien pequeños eran aleccionados por los ancianos en la técnica del lenguaje musical e instruidos en la práctica de su uso.

 

Su fama llegó a los oídos de los dioses y Elineo, elegido como el dios de la música de entre todos ellos, sintió envidia del arte de los humanos y descargando sobre ellos su furia convirtió a los más jóvenes en Orendes.

 

Desde entonces Los Orendes vivieron en un espacio y orden distintos al resto de los humanos. Tenían un cuerpo mortal, bello en apariencia, y un alma inmortal que sobrevivía en una dimensión atemporal.

 

Mantenían una vida dedicada a la creación musical, a la composición de melodías y a la instrucción en la perfección del uso de instrumentos musicales.

 

Los Orendes aprendieron a vivir para imaginar, aislados, en soledad, encerrados en sus notas musicales y en un estado de felicidad que compartían entre ellos gestando formas melódicas.

 

Desconocían la impresión que pudieran causar al oído humano sus creaciones, anhelando poder mostrar su esfuerzo ante el pueblo.

 

Una vez al año el dios Elineo escogía a un grupo de Orendes y les permitía salir del orden del espacio único para expresar su arte ante el pueblo y el resto de dioses.

 

Si gustaba su música eran alabados y adorados por todos. Como premio a su talento la deidad les concedía el cuerpo inmortal de los dioses perviviendo eternamente, admirados.

 

Pero si su música no era aclamada por el pueblo y los dioses, los Orendes eran sacrificados como tales por bien del arte.

 

Perdían el alma inmortal y eran devueltos al estado humano y a su tribu. Se les permitía no obstante continuar su búsqueda de la belleza musical y de las musas.

El Mito de Laranea

 

Laranea, una Orende inmortal afamada por su voz, enamorada de András, un humano de la tribu Ahaxio que había perdido su estado de Orende, suplicó a Elineo que le permitiera ser humana también para poder amar a András.

 

Elineo retó a Laranea: “ el próximo año volverás a mostrar tu voz ante todos. Si tu música consigue hacer llorar de emoción recuperarás tu cuerpo humano pero entonces no volverás a cantar”.

 

Laranea anhelaba amar a András y ser madre, pero su naturaleza la arrastraba al canto y a la música.

 

En el lamento y el deseo imaginó la más bella melodía y el día señalado cantó con tanta pasión y melancolía que el pueblo lloró escuchándola. No así los dioses, que no entendían que se pudieran sentir semejantes emociones por otro ser.

 

Laranea pidió al dios Elineo que cumpliera su palabra y la convirtiera en mujer. Elineo le recordó: “Debías hacer llorar tanto a humanos como a dioses y ellos no han llorado”. Nunca dejarás de ser Orende y cultivarás tu talento para darnos el placer de tu voz”.

 

Laranea entonces comenzó su lamento. Lloró, y tanto lloró que sus ojos no supieron frenar el llanto. Las lágrimas saladas fueron penetrando en su garganta, despacio e intensamente.

 

Cuanto más lloraba, más sequedad sentía, tanto en su cuerpo como en su alma y cada vez que tenía que cantar sentía un mayor dolor en su cuello, porque el aire ya no soplaba con la fluidez de antes.

 

Una noche hubo de mostrarse una vez más ante los exigentes dioses. Aunque su tristeza inundaba su alma, siempre que comenzaba a cantar se convertía en un ser alegre. Empezó su melodía entonando unas notas graves y no reconoció su propia voz. Se sentía incómoda y cuando tuvo que esforzarse en dar una nota aguda sintió una punzada de dolor intenso. Su bella voz se convirtió en un terrible alarido. El volumen agudo y desafinado de su voz provocó un terrible daño en el oído de los dioses que la estaban escuchando. Se taparon los oídos y aguantaron los segundos que Laranea tardó en emitir su grito. Nunca más volvería a cantar.

 

Elineo comprendiendo que ya no le sería útil expulsó a Laranea del estado de Orende y ella comenzó su viaje hacia la naturaleza de hembra agarrándose el vientre, en busca de András y aunque nadie escuchó jamás su voz, continuó cantando el resto de su vida, feliz.

El mito

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